23.12.09

Tras la gran reja verde...

   La máscara renacía para escapar del nuevo encierro de la imagen. La máscara renacía para escapar del  encierro de la identidad. La máscara renacía para escapar del empobrecimiento del sentido. La máscara renacía para salvar a los excluidos del orden fluido. La máscara renacía porque la política se había convertido en una representación fáctica, y porque nosotros no deseábamos comprometer nuestro verdadero rostro. Ayer servía para dar cuerpo a los dioses. A partir de ahora manifieta la existencia de los don nadies, los refractarios, los dimisionarios, los indigentes, los rechazados y los retoños del capitalismo. Como el seudónimo, la máscara era la única estrategia de resistencia válida contra la transformación de nuestros seres poéticos en vendedores de sopa. El ser del disimulo frente al ser de la perdición.
   El cuerpo que renacía con la máscara había aprendido de los raves. No estaba desganado, ni aburrido, ni comprometido. Era un cuerpo clandestino, escondido, camuflado, provisionalmente fuera del mundo, mejor que tristemente contra el mundo. En su libro Senseless Acts of Beauty, George McKay insiste en que los raves, en su origen, no eran directamente políticos. Eran, por lo contrario, el resultado de un encuentro entre el individualismo tatcheriano, el hedonismo plácido de las vacaciones organizadas, el resurgimiento descomprometido de lo psicotrópicos -el MDMA en lugar de ácido- y un ciber-optimismo tecnológico. Dicho esto, el cuerpo indiferente del rave era alcanzado en su huida. El Estado le negaba su autonomía. Lo bloqueaba. Le prohibía el acceso al espacio. En 1994, el Parlamento inglés votó una ley que precipitaba su politización: el Criminal and Justice Act. Un modelo del género. Todos los nómadas insolventes, travelers y ravers estaban fichados. Según los artículos 63, 64 y 65, las fiestas clandestinas quedaban prohibidas: "Se entiende por rave una reunión, al aire libre y de noche, de más de cien personas, para las que se toca música amplificada -totalmente o de forma predominante caracterizada por la emisión de ritmos repetitivos-, de tal forma que cause graves molestias en la comunidad local. Esta disposición concede a la policía el poder de ordenar a las personas dispersarse si estima que estan preparando un rave". Apolo ganaba terreno. La ocupación de la tierra -incluso cuando era propiedad común- pasaba a ser un delito. De tal manera que los ravers eran forzados a salir de su abstención.

*Camille de Toledo. Punks de boutique, Confesiones de un joven a contracorriente. Almadía, México, 2008.


1 comentario:

José Díaz dijo...

Más de esto hemano, más.
Gracias.